martes, 11 de septiembre de 2007

Barón Biza

En la literatura mundial han existido cantidad de escritores a los que se les ha catalogado de 'malditos'; Rimbeau, Baudelaire, Artoud, Edgar Allan Poe, Lovecraft, el Marqués de Sade... Todos ellos en su mayoría de raigambre europea o de la vieja América, sin embargo existió en nuestro seno un personaje igual o aún peor, dadas la características de esta sociedad pacata y moralista, que ellos.
Se llamó Barón Biza y fue un maldito por excelencia; alguien que se animó a hacerlo, quien despreció todo lo que podía despreciar sin importarle 'porque no le faltaba nada' pero tenía lo necesario: la brillantez suficiente para hacer de la provocación su forma de vida, aunque se contradijera y muchos lo pusieran en duda. Así son los mitos.

Paso a transcribir de su primer y polémico libro 'El derecho de matar' algunos párrafos que hablan por sí mismos:

Lector: No quiero ni debo engañarte. No necesito tu aplauso, no temo a tu abrazo, ni me hace falta tu dinero. Estoy más allá del oro y de la fama; más allá de esa fe que hácete creer sincera la caricia de tu hembra y la mano de tu amigo. No tengo trazas de Cristo ni vehemencias de profeta. Si mides mi libro con la vara mediocre del catecismo de tuvida, mi libro, dejara en tu alma un acre sabor de inmoralidad.Será inmoral porque te mostrará su maravilloso pubis y sus erguidos senos y habrá de hablar desde el fondo oscuro del protoplasma.Inmoral quizás, porque te recordará, cuando ello sea necesario, que defecas diariamente.Te haré dudar de tu dios, te enseñaré a escupir sobre el código de la sociedad y de la ley, de esa ley dictada por viejos sicalípticos, seniles, decrépitos y repletos.Te haré dudar de ti mismo, si no tienes coraje, déjalo. Hay en él cátedra de muerte, tribuna de revolución, escuela de crímen, remansos de odio, crímen y sadismo, frutos solo de la simiente, que los hombres, mis hermanos, arrojaron en mi alma.Está hecho para los haraposos, para los hijos de nadie, para los mal nacidos, para los que tienen por cabecera el tacho de basura, para los que no tienen dios, ni hembra, para los vagabundos que sueñan mirando al sol en los suburbios de las ciudades esperando el nuvo amanecer y que más tarde, dispitan a los perros los huesos que arrojarán los sirvientes. Son hojas destinadas a las prostitutas sin cartilla, los presidiarios que no llevan número, a algunos jueces y quizás a algunas colegialas.No te engaño, porque si así lo hiciera, pretendería engañarme a mi mismo.No espero tu aceptación ni tu rechazo.Voy hacia ti sin que me llames, seguro de mi mismo.Mi sola tristeza está en que ya no tendré imbéciles que me ataquen.

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Se dijo sobre Barón Biza:
'Tenía un sentido absoluto del margen, como si fuese su mundo natural, o como si él se sintiese creador de ese márgen'

Jorge Barón Biza (Hijo), se suicidó en septiembre de 2001

También se dijo:
'Es un hombre extraño e inverosímil, un cínico escalofriante, un insociable, un impúdico hedonista, un apóstol desequilibrado, una personalidad de la destrucción.'
Y dijo él:
'Destruyamos los prejuicios morales y estúpidos, destruyamos nuestras leyes y nuestros dioses, si para nuestro bienestar fuera necesario.. Hay que destruir mucho, quizás todo, para empezar a reconstruir. Hay que dar el salto violento. Más que un anormal, soy un producto social, a lo más, un cerebro negro.'

''Nacer primero, y el más terrible de ls desastres.' Ambrose Bierce





Todos para uno y uno para todos

El amor a la belleza es un sentimiento que se remonta a los inicios de la civilización. La repulsa hacia lo anormal, hacia los deformados y los mutilados precede a nuestros antepasados. Pero la mayoría de los monstruos piensan y se emocionan normalmente. Viven una existencia poco natural, por lo que tienen entre ellos un código de ética para protegerse de la gente normal.
Se aferran rígidamente a esas reglas. Herir a uno es herir a todos; la alegría de unos es la alegría de todos. Ahora la ciencia puede eliminar estos errores de la naturaleza. Avergonzados por las injusticias cometidas contra estas personas, sin poder alguno para controlar su destino, ofrecemos una sobrecogedora historia sobre la anormalidad y los no deseados.


(Freaks – Tod Browning - 1932)


Hoy presento: ‘’Los Comprachicos’’

‘’Que la vista de estos infelices os recuerde la suerte de que disfrutáis’’ (Feria de monstruos – Cómic 1981)

¿Quién conoce actualmente la palabra ‘’comprachicos’’? ¿Y quién sabe su sentido? Los comprachicos, comprapequeños era una repugnante afiliación nómada, famosa en el s. XVII, olvidada en el XVIII, e ignorada hoy.Los comprachicos son una antigua lacra social característica, que forma parte de la antigua fealdad humana.
Los comprachicos se dedicaban al comercio de los niños. Los compraban y los vendían. Jamás los robaban. El robo de niños es otra industria.
¿Qué hacían de aquellos niños? Los transformaban en monstruos.
¿Para qué? Para hacer reír.
El pueblo tiene necesidad de reír, y los reyes también.Es necesario que las plazas tengan su titiritero, y los palacios su bufón.
Los esfuerzos del hombre para proporcionarse alegría son a veces dignos de la atención de un filósofo: La explotación de los desgraciados por los dichosos.
Un niño destinado a servir de juguete a los hombres ha existido y existe todavía hoy. En las épocas ingenuas y feroces, conseguirlo y adiestrarlo constituía una industria especial.El s.XVIII, llamado ‘’el gran siglo’’, fue una de esas épocas. Para conseguir hacer del hombre un juguete, es preciso trabajarlo cuando es tierno. El enano debe empezar a formarse cuando es pequeño. Se jugaba con la infancia. Un niño bien formado no puede ser objeto de diversión, en cambio, el otro, atrae espontáneamente a las risas y a las burlas.De ahí nació un arte que tuvo sus maestros. Tomaban un hombre y lo trocaban en un aborto, se tomaba una cara y la convertían en una mueca, detenían el crecimiento y moldeaban el semblante. Esta producción artificial de casos teratológicos tenía sus reglas y constituía toda una ciencia.
Imaginemos una ortopedia en sentido inverso. Donde Dios colocó la mirada este arte ponía el estrabismo. Donde Dios imprimió la armonía, se introducía la deformidad. Donde Dios puso la perfección, se reestableció la chapuza. Y a los ojos de los entendidos, esto era lo perfecto.Degradar al hombre conduce a hacerle deforme, y la supresión de su estado normal se logra a través de la desfiguración. Algunos vivisectores de aquella época conseguían borrar bastante bien del rostro humano la efigie divina.
Esta fabricación de monstruos se practicaba en gran escala y comprendía diversos géneros. Los necesitaba el sultán, los necesitaba el Papa. Aquel para guardar sus mujeres; éste para hacer sus plegarias. Componían un género aparte que no podía reproducirse por sí mismo. Estos seres, casi humanos, eran útiles para la voluptuosidad y para la religión.
En aquel tiempo se sabía producir cosas que ya no se producen. Existía un talento que nos falta, y no sin razón, los científicos creen que estamos en decadencia. Ya no se sabe esculpir y plena carne humana, y esto conduce a que se pierda el arte de los suplicios. Eran virtuosos en este género, y actualmente ya no lo somos.Cortando los miembros a los hombres vivos, abriéndoles el vientre y arrancándole las vísceras estudiaban prácticamente los fenómenos. La vivisección en aquellos tiempos no se limitaba a confeccionar fenómenos para las plazas públicas, proporcionaba bufones a los palacios, y eunucos para los sultanes y los papas.Sus variedades eran múltiples. Uno de sus triunfos consistió en hacer un gallo para el rey de Inglaterra. Era costumbre que en el palacio del rey de Inglaterra hubiese una especie de vigilante nocturno que cantara como el gallo. Ese vigilante, que permanecía en pie mientras los demás dormían, rondaba por el palacio y a cada hora emitía ese canto de corral, repitiéndolo tantas veces como fuese necesario, supliendo a una campana. Este hombre, transformado en gallo, había sufrido en su infancia una operación de faringe que formaba parte del arte antes descrito.El comercio de niños en el S. XVII se complementaba con una industria, los comprachicos hacían este comercio y ejercían esa industria: compraban los niños, trabajaban un poco esta materia prima y luego los vendían.

FIN DE LA PRIMERA PARTE – EXTRAÍDO DE ‘’El Hombre que Ríe’’ (Víctor Hugo)

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