martes, 11 de septiembre de 2007

Todos para uno y uno para todos

El amor a la belleza es un sentimiento que se remonta a los inicios de la civilización. La repulsa hacia lo anormal, hacia los deformados y los mutilados precede a nuestros antepasados. Pero la mayoría de los monstruos piensan y se emocionan normalmente. Viven una existencia poco natural, por lo que tienen entre ellos un código de ética para protegerse de la gente normal.
Se aferran rígidamente a esas reglas. Herir a uno es herir a todos; la alegría de unos es la alegría de todos. Ahora la ciencia puede eliminar estos errores de la naturaleza. Avergonzados por las injusticias cometidas contra estas personas, sin poder alguno para controlar su destino, ofrecemos una sobrecogedora historia sobre la anormalidad y los no deseados.


(Freaks – Tod Browning - 1932)


Hoy presento: ‘’Los Comprachicos’’

‘’Que la vista de estos infelices os recuerde la suerte de que disfrutáis’’ (Feria de monstruos – Cómic 1981)

¿Quién conoce actualmente la palabra ‘’comprachicos’’? ¿Y quién sabe su sentido? Los comprachicos, comprapequeños era una repugnante afiliación nómada, famosa en el s. XVII, olvidada en el XVIII, e ignorada hoy.Los comprachicos son una antigua lacra social característica, que forma parte de la antigua fealdad humana.
Los comprachicos se dedicaban al comercio de los niños. Los compraban y los vendían. Jamás los robaban. El robo de niños es otra industria.
¿Qué hacían de aquellos niños? Los transformaban en monstruos.
¿Para qué? Para hacer reír.
El pueblo tiene necesidad de reír, y los reyes también.Es necesario que las plazas tengan su titiritero, y los palacios su bufón.
Los esfuerzos del hombre para proporcionarse alegría son a veces dignos de la atención de un filósofo: La explotación de los desgraciados por los dichosos.
Un niño destinado a servir de juguete a los hombres ha existido y existe todavía hoy. En las épocas ingenuas y feroces, conseguirlo y adiestrarlo constituía una industria especial.El s.XVIII, llamado ‘’el gran siglo’’, fue una de esas épocas. Para conseguir hacer del hombre un juguete, es preciso trabajarlo cuando es tierno. El enano debe empezar a formarse cuando es pequeño. Se jugaba con la infancia. Un niño bien formado no puede ser objeto de diversión, en cambio, el otro, atrae espontáneamente a las risas y a las burlas.De ahí nació un arte que tuvo sus maestros. Tomaban un hombre y lo trocaban en un aborto, se tomaba una cara y la convertían en una mueca, detenían el crecimiento y moldeaban el semblante. Esta producción artificial de casos teratológicos tenía sus reglas y constituía toda una ciencia.
Imaginemos una ortopedia en sentido inverso. Donde Dios colocó la mirada este arte ponía el estrabismo. Donde Dios imprimió la armonía, se introducía la deformidad. Donde Dios puso la perfección, se reestableció la chapuza. Y a los ojos de los entendidos, esto era lo perfecto.Degradar al hombre conduce a hacerle deforme, y la supresión de su estado normal se logra a través de la desfiguración. Algunos vivisectores de aquella época conseguían borrar bastante bien del rostro humano la efigie divina.
Esta fabricación de monstruos se practicaba en gran escala y comprendía diversos géneros. Los necesitaba el sultán, los necesitaba el Papa. Aquel para guardar sus mujeres; éste para hacer sus plegarias. Componían un género aparte que no podía reproducirse por sí mismo. Estos seres, casi humanos, eran útiles para la voluptuosidad y para la religión.
En aquel tiempo se sabía producir cosas que ya no se producen. Existía un talento que nos falta, y no sin razón, los científicos creen que estamos en decadencia. Ya no se sabe esculpir y plena carne humana, y esto conduce a que se pierda el arte de los suplicios. Eran virtuosos en este género, y actualmente ya no lo somos.Cortando los miembros a los hombres vivos, abriéndoles el vientre y arrancándole las vísceras estudiaban prácticamente los fenómenos. La vivisección en aquellos tiempos no se limitaba a confeccionar fenómenos para las plazas públicas, proporcionaba bufones a los palacios, y eunucos para los sultanes y los papas.Sus variedades eran múltiples. Uno de sus triunfos consistió en hacer un gallo para el rey de Inglaterra. Era costumbre que en el palacio del rey de Inglaterra hubiese una especie de vigilante nocturno que cantara como el gallo. Ese vigilante, que permanecía en pie mientras los demás dormían, rondaba por el palacio y a cada hora emitía ese canto de corral, repitiéndolo tantas veces como fuese necesario, supliendo a una campana. Este hombre, transformado en gallo, había sufrido en su infancia una operación de faringe que formaba parte del arte antes descrito.El comercio de niños en el S. XVII se complementaba con una industria, los comprachicos hacían este comercio y ejercían esa industria: compraban los niños, trabajaban un poco esta materia prima y luego los vendían.

FIN DE LA PRIMERA PARTE – EXTRAÍDO DE ‘’El Hombre que Ríe’’ (Víctor Hugo)

http://www.fotolog.com/chainsawfamily

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